De pronto me enfadé. Mucho. Lo bastante como para decidir, sí o sí, sacar el maldito dedo del fregadero. Y… lo hice. Pegué un tirón de manera fuerte y salió. Entero (menos mal). Sangrando, dolorido, hinchado y muy feo. Pero enterito.
Un adiestramiento del núcleo carnal
